"Fuera del Sahara", La verdad de por qué el Dakar se trasladó a los Andes



El Rally Dakar 2013 ya está en su esplendor y esta es la historia de por qué llegó a estas tierras y abandonó el desierto africano en el 2008. La decisión fue tomada por las amenazas terroristas, y las luchas tribales, y a la vez hizo evidente la diferencia entre correr en las demoledoras arenas del Sahara y los algo más amigables parajes de Perú, Chile y Argentina.
Texto: Ramiro Escobar La Cruz.
Fotografía: Agencia AP y Ricardo Flores.
“De pronto, cuando estábamos listos para partir de Lisboa, la organización anunció que el rally se suspendía”, recuerda, con algo de desazón, Nani Roma (Joan Roma Cararach), un piloto catalán que el año pasado quedó segundo en el Dakar que venía desde Santiago de Chile y que lo ganó en el 2004, cuando aún se realizaba en África. El trance que describe ocurrió el 4 de enero del 2008 y marcó un golpe de timón histórico en la magna carrera.
La literal desolación fue tal que el francés Cyril Despres, ganador del rally 4 veces y hoy listo para partir de Lima al igual que Roma, dijo que le habían “cortado las dos piernas”. Dos pilotos portugueses, compungidos, organizaron una salida simbólica, junto a unas cuantas personas, con dirección a Marruecos. Pero no había vuelta atrás: los servicios secretos franceses habían detectado la posibilidad de que Al Qaeda se hiciera presente.
ARDE EL DESIERTO
Por supuesto, no para alentar a los competidores o para recibirlos con té en el desierto. Días antes, el 24 de diciembre del 2007, cuatro turistas franceses habían sido asesinados en la frontera entre Mauritania y Senegal, al parecer por miembros del BAQMI (Brazo de Al Qaeda en el Magreb Islámico). Eso hizo que el ministro de Exteriores de entonces,Bernard Kourchner, declarara a RTL, una radio francesa, “que podía haber otros atentados”.
Laurent Lachaux, miembro de ASO (Amaury Sport Organization, la empresa que organiza el evento), quien también se encuentra en Lima, relata que todos los años “hacen coordinaciones con los países” por donde pasa el Dakar, para garantizar la seguridad. Ese año había versiones sobre amenazas, pero no fue sino hasta que el gobierno de Nicolás Sarkozy se pronunció que se decidió dejar a los pilotos con los timones hechos.
El punto neurálgico, todo lo indicaba, era Mauritania, a donde el director del rally, Ettiene Lavigne, había viajado, en el mismo diciembre fatal. Las autoridades mauritanas, por cierto, le habían asegurado que todo estaba en orden, que 3.000 efectivos de seguridad velarían por que no existiera amenaza alguna entre la aridez y las dunas. Si uno ha estado en esos lares, sin embargo, sabe que el Sahara no siempre es un lugar tranquilo y arrobador.
Pablo Paz, peruano que trabajó como cooperante en tierras mauritanas, cuenta que en dicho país “la percepción de inseguridad es grande” y el control policial bastante relativo, menos aún en zonas que, como en el caso del recorrido del Dakar, no están en carreteras conocidas sino en medio de la calcinante soledad sahariana. “No es fácil que te ubiquen si te pierdes o si te pasa algo”, añade mientras recuerda sus días vividos por la ex ruta del rally.
El mismo 4 de enero, además, la agencia AFP publicó un cable sobre las presuntas amenazas directas contra las autoridades de Nouakchott, la capital de Mauritania, provenientes de portales vinculados a PAQMI. En ellas se les denunciaba por su colaboración con “los cruzados, los apóstatas y los infieles”, representados, claro, por los organizadores del Dakar. Entonces, hasta comenzó a flotar el temor a un atentado suicida.
Fue así como el rally salió de la escena africana. A pesar de que, recuerda Paz, había un piloto mauritano, llamado Mohamed Zeidane ould Soueid Ahmed, quien fue el único africano que llegó a la meta del Dakar en el 2007. Y a pesar de los millones que se perdieron en Atar, una ciudad al noroeste de dicho país, que ya se preparaba, como sucede ahora en Lima y otras ciudades, para beneficiarse de la fiebre festiva motorizada.
A SALTO DE DUNA
No era la primera vez, sin embargo, que por las arenas de la competencia asomaban amenazas, controversias e incluso desgracias (ver recuadro). En 1991, como reportó en su momento el diario El Mundo de España, Charles Cabannes, piloto de un camión de asistencia del rally, fue baleado en Malí, un país africano sacudido por un conflicto entre el ejército y los tuareg, un pueblo nómada que busca su independencia con las armas.
Si hoy, por ejemplo, al Dakar se le ocurriera volver a pasar por Malí, los riesgos se mantendrían. La rebelión tuareg recrudeció el 2012 e incluso fue tomada la legendaria ciudad de Tombuctú, foco espiritual e intelectual del Islam y del continente africano durante siglos. Ya antes, en el 2006, debido a los tumultuosos enfrentamientos que rondan la zona, el Dakar suspendió su paso por esta urbe, antes visitada afanosamente por turistas.
Episodios similares –de suspensión o alteración de recorridos– ocurrieron en el Chad (1992), Argelia (1993), Níger (1997) y
Egipto (2000). En todos los casos fue por el riesgo de toparse con enfrentamientos tribales, luchas intestinas o comandos integristas, a todos los cuales, ciertamente, el rally no les importa una acacia. Aún hoy en Argelia, y este cronista lo ha vivido, sumergirse en el desierto implica riesgos no desdeñables.
Otro frente todavía abierto en la ruta africana del Dakar está en el Sáhara Occidental. La zona, de una belleza inconmensurable y una soledad embriagadora, se encuentra en disputa entre Marruecos y el Frente Polisario (Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro), el movimiento que busca la independencia del pueblo saharaui desde 1979. Hay un alto al fuego entre ambos, que data de 1991, pero no una solución.
En las arenas solitarias de este territorio existe un muro de 2.000 kilómetros construido por el gobierno marroquí a partir de 1981 y hay miles de minas esparcidas, una de las cuales habría matado al piloto de camión del rally Laurent Gueguen, en 1996. El 22 de diciembre del 2000, el Polisario anunció que podría reanudar las acciones armadas si en enero del 2001 el Dakar volvía a ingresar, sin permiso, en lo que ellos consideran su territorio.
El dato proviene de un Informe de la ONU del 2002, en el cual se consigna que el rally París-Dakar “aumentó las tensiones en ese momento” entre Marruecos y los saharauis. Para el 2002, los organizadores pidieron permiso a ambas partes, pero no se pernoctó en el territorio en disputa, que se cruzó entre el 3 y 4 de enero “sin que se registraran incidentes”. El Polisario, final y felizmente, no alzó las armas ante el paso de los bólidos.
OTRAS ARENAS
Ahora bien, la llegada a Sudamérica del Dakar en el 2009, primero a Chile y Argentina, y desde el 2012 a Perú, ha desatado entusiasmos y comparaciones algo delirantes. Como aquella de que, prácticamente, no tenemos nada que envidiarle a la ruta anterior del rally, lo que sugiere que el Sahara es, digamos, comparable a nuestro gentil desierto de Ica. La verdad, sin embargo, está en el punto medio de algún oasis o escondida bajo una duna.
El deslumbrante y agotador desierto africano es el más grande del mundo, se extiende a lo largo y ancho de más de 9 millones de kilómetros cuadrados y cruza los territorios de 11 países: Marruecos, Túnez, Argelia, Libia, Egipto, Chad, Mauritania, Níger, Malí, Sudán y la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), un país reconocido por unos 80 estados.
En varias partes, el Sahara está poblado de beduinos, nómades árabes del desierto, que por lo general andan con sus manadas de dromedarios o cabras, buscando fuentes de agua o alguna vegetación estacional. Forman grupos tribales, habitan en jaimas (carpas) y su ritual inevitable, signo de militante hospitalidad, es invitarte una tacita de té cuando los visitas. Hablan diversos dialectos del árabe, como el hassaniyya, el idioma de los saharauis.
Andan vestidos con un turbante, similar al que usan los tuareg (estos sí originarios del Sahara, a diferencia de los beduinos que provienen de la Península Arábiga). Ese es el origen el famoso símbolo del rally, que ahora innumerables personas lucen o que se vende por rumas en el Dakar Village, montado en la parte de la Costa Verde correspondiente a Magdalena. Sin esa pequeña prenda, la vida en el desierto se hace francamente imposible.
Sirve para protegerse del sol, para hacerse sombra en el cuerpo y para estar a salvo de las feroces tormentas de arena del Sahara, frente a las cuales nuestra humilde paraca, que suele flotar por los desiertos sureños, es apenas una brisa. En algunas zonas, se le denomina siroco, y tal como me comentaban en medio del Sahara unos pobladores saharauis, “cuando viene no queda más que meterse en una jaima y esperar”.
El catalán Roma y el franco-uruguayo Laurent Hazard, también participante en el Dakar en moto, saben de esa difícil presencia. Cuentan que eso hacía más difícil la aventura del rally africano, aun cuando reconocen que en Sudamérica hay otras dificultades, como subir a más de 4.000 metros en alguna zona entre Chile y Argentina.
Con todo, un extravío en el Sahara, o en otros desiertos colindantes, puede ser fatal, por la extensión, por la falta de servicios, por la desolación. Como comenta Hazard, “acá (en Sudamérica) la gente tiene más afición, hay pueblos más cercanos”. En África, lasalvación no está tan cerca.
¿SOLIDARIOS Y SOLITARIOS?
Tampoco hay hospitales en los pueblos cercanos para atenderse en caso de una gran emergencia, lo que abre la mirada a una controversia que también ha acompañado al Dakar durante años: ¿por qué hacer esta supercompetencia, millonaria, en un continente sembrado de miseria?
En Argentina, por ejemplo, la Fundación para la Defensa del Ambiente (FUNAM) ha criticado el hecho de que la ruta constantemente se cambie y se mantenga en secreto, algo que, según ellos, no garantiza la conservación. Para neutralizar esas tormentas, ASO ha creado la Fundación Dakar Solidario, que apoya a las poblaciones que están en el recorrido del rally. En Lima, se han vinculado con el ya conocido proyecto ‘Un techo para mi país’.
Nani Roma, por último, afirma que, a pesar de todo, en el 2000 el Dakar contribuyó nada menos que al 13% del PBI de Níger, uno de los países más pobres del mundo. Aunque la polémica no se detendrá, y los riesgos y las injusticias son reales, lo que parece innegable es la pasión que desata esta megacompetencia. Al punto que alguien tan desviado como Gadafi toleró por años el rally, sin remordimiento alguno.
57 VÍCTIMAS
Desde su creación, el rally París-Dakar (ahora solo Dakar) ha dejado 57 víctimas. La primera fue el motociclista francés Patrick Dodin, quien falleció en la primera versión (1979), y la última el también motociclista colombiano Mauricio Saldarriaga, quien no participaba pero que murió al tratar de subir a una duna.
El año más trágico fue 1986. Aparte del propio Sabine, inspirador del Dakar y sus 4 acompañantes (entre ellos la periodista Nathalie Odent), murieron los motociclistasYasuko Kaneko (Japón) y Giampaolo Marinoni (Italia).
Los espectadores o habitantes de la ruta del rally también han sido víctimas. En 1984, una mujer fue atropellada por una Range Rover. En 1985 fue una niña nigeriana y en 1988 una niña en Malí, y una madre y su hijo en Mauritania.
Para 1990, ya habían muerto 6 periodistas y seguía el conteo. En la versión 1994 murió un niño senegalés y en 1996 una niña guineana. En 1998, el choque con un taxi provocó 4 muertos en Mauritania. Y en el 2006 dos niños más murieron arrollados en este país.
Pero, así como el rally tiene ese rastro de tragedia, también lo tiene de altruismo. Ari Pieti Uolevi Vatanen, piloto finlandés que actualmente es miembro del Parlamento Europeo, lo ganó 4 veces, mientras llevaba en su auto una insignia que decía “No a la pena de muerte”.
THIERRY SABINE
En 1977, Thierry Sabine, el creador del rally París Dakar, se extravió en el desierto de Teneré, en Níger, mientras corría en su moto Yamaha el rally Costa de Marfil-Costa Azul. Relata en su libro París-Argel-Dakar que estuvo dos días deambulando bajo una temperatura agobiante, que en el Sahara puede pasar los 50 grados, hasta que providencialmente fue hallado por los organizadores.
Dos años después, en 1979, monta la primera versión del rally París-Dakar. El 14 de enero de 1986 el helicóptero en el que supervisaba una zona de la competencia, en Malí, es envuelto por una tormenta de arena, choca con una duna de 30 metros de altura y acaba con la vida de él y 4 ocupantes más.
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